Los instintos parentales son fuertes. Desea respetar la autonomía de cada padre para hacer sus propias cosas, pero a veces el comportamiento de un niño está tan lejos (en su percepción) que no puede evitar “intervenir”.
En las raras ocasiones en que un niño me ha molestado lo suficiente como para decir algo (por ejemplo, patear incesantemente los asientos de la aerolínea), le digo algo al padre, no al niño.