“Sí”, hace veintitrés años, cuando en una ladera de la montaña de Nueva Zelanda barrida por la ventisca en condiciones casi blancas, le pedí a la niña que me encantaba que se casara conmigo, sabiendo que si pudiéramos capear el entorno en el que estábamos luchando, Podríamos lograr cualquier cosa juntos.
A ella le encanta decirme: “Te lo dije”.