Hubo una vez que me encontré con un viejo compañero de clase. Habían pasado muchos años desde que los dos fuimos a la misma escuela primaria, y ninguno de los dos se mantuvo en contacto el uno con el otro. Para mí, sería incómodo iniciar una conversación. Así que me quedé callado y esperé a que rompiera el hielo.
No pasó nada, y ambos seguimos nuestros caminos. Minutos después, le envié un mensaje a mi mejor amiga sobre el encuentro.
“Oye, lo vi hoy. No parece que me reconociera; ni siquiera dijo “hola”.
“Bueno, ¿por qué no lo saludaste primero?”
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“¿Porque sería incómodo?”
“Ahí tienes. También podría haber sido incómodo para él.
Verás, lo que pasa es que este tipo de situaciones sociales tienden a gravitar hacia una relación de “toma y daca”: no puedes esperar recibir algo si no das nada.
Entonces, la próxima vez que te encuentres preguntando por qué no te invitará nadie, ¿por qué no serás tú quien los invite?