Nuestra expectativa de que todos seamos una buena persona está motivada por nuestro deseo de lograr, no solo como individuos sino como comunidad o especie.
En el reino animal, vemos ejemplos en los que las aves migratorias se turnan a la cabeza de la formación de la bandada, gastando más energía por un corto tiempo para que toda la bandada pueda alcanzar distancias más largas.
En los bancos de peces, vemos individuos que toman turnos cerca de los bordes exteriores del enjambre exponiéndose a su depredador para que el gasto de energía en su escape se pueda distribuir y compartir entre la población.
En ambos casos, un individuo no podría lograr los mismos objetivos solo, es decir, un ave no podría volar a la misma distancia que el rebaño y un pez carecería de energía o resistencia para nadar un tiburón o una foca.
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En cada uno de estos casos, cada individuo debe participar de acuerdo con un conjunto de reglas (que voy a definir como “bueno”) para que el plan tenga éxito. Un mal actor en tal población podría poner en grave peligro la supervivencia y el bienestar de todo el grupo.
Por supuesto, en las comunidades humanas, nuestras necesidades van más allá de la simple supervivencia y los gastos de energía. Por lo tanto, nuestro conjunto de reglas para el “bien” es también mucho más complejo, variado e incluso contradictorio. Pero lo que permanece sin cambios es el deseo de alcanzar metas más grandes que lo que podemos hacer como individuos.