El libre albedrío permite la posibilidad de autodeterminación y la existencia de un yo en un sentido independiente e individual.
Las raíces de esto en occidente son de origen religioso. A través del cristianismo, heredamos el énfasis del judaísmo en la responsabilidad personal y la culpa, y por esos medios juzgamos qué acciones deben fomentarse y alabarse o desalentarse y aislarse de la población general.
Sin alguna noción de autodeterminación, cada acción es moralmente igual.
En un modelo estrictamente determinista, todas las elecciones son como deben haber sido siempre, y al yo no se le otorgan poderes mágicos que permitan al individuo ir en contra de lo que debe ser. El ladrón adicto a las drogas es igual en virtud al profesor abnegado. Ambos solo fueron capaces de convertirse en lo que se hicieron.
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No hay responsabilidad personal, y no hay solución aparte de las modificaciones del sistema global que deben surgir orgánicamente. Las personas que lo arreglan no son loables; estaban en el lugar correcto en el momento adecuado con el material genético correcto.
Desde este punto de vista, todos cumplimos nuestros roles como debemos y todo es una progresión predecible hacia el final. Para las personas que quieren sentir que son importantes, esto puede ser triste. Cada persona se conoce a sí misma como un engranaje en la máquina humana, y nada más.
En términos psicológicos, la diferencia entre estas dos ideas se puede describir como un lugar de control interno o externo. Las personas con un lugar de control interno, que creen que controlan su destino y, por lo tanto, creen en algún tipo de libre albedrío, es probable que sobrestimen lo que pueden lograr. El peor escenario es la decepción y el fracaso.
Las personas con un locus de control externo, que saben que sus elecciones están determinadas, tienen más probabilidades de dejar lo que es. Es menos probable que luchen para impactar y cambiar su entorno y circunstancias, ya que subestimarán su propia capacidad para provocar cambios en el mundo. El peor de los casos es el estancamiento, y aquellos que no pueden evitar ganar poder se alinean sobre una población plácida.
El impacto sociológico de estas visiones del mundo se puede rastrear, con efectos positivos y negativos en ambos lados, en el Este y el Oeste.
En el nivel más fundamental, los seres humanos experimentan decisiones a través de procesos cognitivos. Pensamos, planificamos y moldeamos la realidad a través de esas elecciones. No somos puramente reactivos, porque podemos pensar de manera abstracta. También somos producto de nuestras circunstancias.
Muchos filósofos están apegados al libre albedrío por la sencilla razón de que quieren creer que existen como individuos que pueden formar sus propias vidas a través de elecciones reales y significativas. Sin eso, es difícil justificar la filosofía como disciplina. Te quedas con el Pratchett. “Las cosas simplemente pasan, qué demonios”.
Muchos filósofos prefieren animar a las personas a tratar de moldear y cambiar su propio destino, en lugar de aprender a aceptar lo que tienen delante. En la medida en que nuestras elecciones crean nuestra realidad, pueden ser correctas al tomar esa decisión.